domingo, 8 de mayo de 2011

Retazos y proyectos....

Retazo 1:



Caminaba deprisa por las calles de Madrid, la calle Serrano era una verdadera ginkana, entre las obras, la gente y el tráfico. Sus tacones tropezaban continuamente con los socavones de la acera, pero su cuerpo se contoneaba de manera grácil y sensual. Ella avanzaba con decisión, tenía una cita al final de la calle en menos de diez minutos, y tal y como iba avanzando de despacio parecía imposible culminar su aventura. En el fondo, más allá de su subconsciente, se alegraba. Esa reunión a la que asistía iba a cambiar el rumbo de su vida, tanto personal como profesional. Sin embargo dicho ansiado cambio ahora le aterraba. En los últimos días su vida había dado un giro de 180 grados. Su ajetreada existencia de los últimos años por fin vislumbraba el final del camino. Doce años dedicada en exclusividad al despacho, trabajando doce horas al día, sacrificando su vida personal y social, durmiendo escasas horas al día, y llenando su cuenta corriente por no tener tiempo para gastarlo. Pero hacia dos semanas un extraño hecho había cambiado su percepción de las cosas. Un recuerdo del pasado se había instalado de nuevo en su vida, descolocándole anímicamente.

Aquella mañana de domingo, aun con ojeras y con el maquillaje corrido se encontraba en la terraza de su ático desayunando, tras cinco escasas horas de sueño, debido a sus largas horas de reuniones del día anterior. El teléfono ya había sonado repetidas veces, pero se sentía incapaz de articular palabra. Por décima vez le sonó la alarma de la agenda, pero igual que con el teléfono, no quería ser consciente de las numerosas obligaciones, que con seguridad tenía ese día. La ducha fría la despejó un poco, y entonces decidió leer sus mensajes pendientes y comprobar que recados le habían dejado en el contestador del teléfono.
Tras monótonos mensajes de trabajo, una voz de hombre le daba una noticia que cambiaría sus siguientes pasos en su vida. Una voz del pasado la citaba esa misma tarde en el Hotel de las Letras. Al parecer para darle una información, que como él decía, la dejaría de piedra.
Anuló, o más bien ignoró todos sus temas pendientes y decidió acudir a esa misteriosa cita. A las cinco en punto entraba en el bar del hotel, vestida informal, sin ir demasiado desarreglada. Quería dar una sensación desenfadad pero distante. La voz del mensaje le adelantaba que le reconocería pues iría vestido con un elegante traje crema y sombrero marrón. En la mesa más cercana a la barra, un hombre se hallaba de espaldas a la puerta, y tenía sobre al mesa un sofisticado sombrero marrón.
Ella se acercó cautelosa por detrás del sillón donde el hombre estaba acomodado, pudo ver que en el suelo apoyado sobre las piernas del caballero, un grueso maletín de piel marrón.

Se presentaron con un fuerte apretón de manos, y tomó asiento frente a él.

- Señora Abad, llevo varios años siguiéndole la pista. Conozco absolutamente todo sobre su vida, donde estudió, donde ha vivido, quienes son sus padres, donde trabajó, los casos que ha llevado, cuantos ha ganado y cuantos ha perdido, así como quienes son sus amigos y quienes sus enemigos. Poco la voy a avanzar de mi persona, pues esta cita la incumbe a usted y no a mí. Pero como sería descortés no presentarme, solo la diré que trabajo como investigador privado para una familia que lleva años buscándola.

Tras esta fría presentación ella solo pudo contestarle que fuera lo más breve posible pues tenia muchos otros compromisos ese día. El modo en que él la había hablado la había puesto alerta, y no quería pasar mucho más tiempo sentada en esa silla, en una clara situación de desventaja, si era cierto todo lo que él acababa de decir.

- La situación es la siguiente: hace 20 años la familia para quienes trabajo localizaron su nombre entre los papeles de una herencia. En dichos papeles no se encontraba su nombre actual, sino el nombre con la que le inscribieron en el registro. Quizás la información que ahora le voy a decir la deje sorprendida, e incluso asustada, pero es necesario que escuche con atención y no me interrumpa. Si no conoce todos los datos, no encajará las piezas de este complicado puzzle. Usted nació en una pequeña localidad a las afueras de Berlín, su familia bastante humilde, inmediatamente la dio en adopción, su nombre real, o al menos con el que la bautizaron era Luilla Heiner. Dicha familia alemana, más que adoptarla, lo que hizo fue comprarla, pues esa familia humilde poseía algo que ansiaban por encima de todo. El trato fue usted y esa preciada posesión.
Nada más acogerla y junto al objeto adquirido, la mandaron con una familia española de confianza, pues en Alemania podría destaparse el delito cometido. Con dicha familia, los Abad, ha vivido usted sumida en la ignorancia de sus posesiones, y su origen. Dicho objeto ha ido siempre ligado a usted, y ahora esa familia alemana que en su momento la adquirió, quiere recuperar su compra.

El rostro de ella parecía relajado, pero sus manos se retorcían con nerviosismo, no daba crédito a lo que el estaba explicando aquel señor desconocido. Necesitaba tiempo para asimilar la información, y sobre todo necesitaba documentos para creer aquella versión descabellada de su supuesta vida. Y así se lo hizo llegar a su interlocutor.


Retazo 2:




Era una tarde de primavera, el sol no calentaba en exceso, Irma, una chica joven de aspecto frágil cruzaba el centro de Roma a toda prisa en su motocicleta verde. Llegaba, como casi siempre, tarde a la universidad. Pero aquel día era un día especial, pues sabía que tras las clases de aquella tarde todo su mundo daría un giro de 90 grados y su conocida y tranquila vida llegaría a su fin.
Mientras sorteaba coches, motos, turistas y se saltaba semáforos en ámbar, su mente rememoraba los acontecimientos de los últimos días, aquellos que habían hecho cambiar su existencia, y los mismos que esa noche iban a culminar.
Una tarde al comienzo del mes había conocido a Marta y a su grupo de amigos, aparentemente gente normal, dentro del ámbito universitario. Comenzó a salir con ellos, a conocerlos, y pronto se percató que no eran un grupo usual, que algún vínculo especial les unía. A los pocos días, y tras haber cogido la suficiente confianza, Marta se sinceró con Irma. Tras saber cual era aquel extraño secreto, y hacerla participe de él, Irma, por primera vez en su vida se sintió especial. Parecía como si su mundo tomará conciencia de la realidad, y todo bajo su perspectiva se vio modificado. No tardó ni diez minutos en convencer a Marta para que la incluyera en los planes del grupo, y aquella misma tarde se harían efectivos.
Las clases transcurrieron en un largo letargo primaveral, llena de somnolencia, y totalmente ausente. Su mente solo podía permanecer en coma, cogiendo fuerzas para la frenética actividad que iba a tener después.
A las 9 en punto acabó la última clase, y corriendo de nuevo con su moto cruzó rápidamente la ciudad, sabiendo que tenía apenas 15 minutos para llegar al lugar concretado. La Piazza Navonna se hallaba atestada de gente, hacia buena noche, y multitud de turistas estaban degustando sus cenas a la luz de las velas, y deleitándose con las fuentes de Bernini que protagonizaban el lugar. En la escalinata de acceso a Santa Inés, Marta, Marco, y Gulio se encontraban ya allí. Ataviados con ropas oscuras, y con mochilas al hombre, su inquietud se palpaba en el ambiente, sus cuerpos temblaban sin control, y sus manos estaban sudorosas. Sin embargo sus voces parecían querer transmitir la tranquilidad que estaba ausente en sus cuerpos. Cuando estaban los cuatro listos, comenzaron a caminar entre las callejuelas del centro de Roma, cruzaron la plaza del Panteón, y continuaron cruzando, dejando a la izquierda la Fontana di Trevi, ascendieron por la leve cuesta que accede al palacio del Quirinale. La plaza de acceso a la pinacoteca estaba desierta, sus puertas cerradas invitaban al visitante a volver al día siguiente. La puesta de sol que se observaba era maravillosa, el sol parecía estar escondiéndose tras la cúpula de San Pedro, ayudando así al grupo en su temerosa actividad.
En una furgoneta les esperaba Vicenzo, todo estaba preparado, podían comenzar.

Retazo 3:




En el bosque amanecía, y los pequeños duendes se desperezaban tras haber pasado toda la noche durmiendo. Muchos de ellos comenzaban su actividad recogiendo el agua del rocío aun fresquita, para luego conservarla a la sombra durante todo el día. Otros mucho recogían pequeños frutos, y otros de ellos se iban al bosque para coger diferentes elementos que mantendrían sus casitas bien habilitadas. Así comenzaba el día en el bosque. Los animales ya salían de sus guaridas para salir a cazar, o a bañarse, retozando sobre el musgo húmedo con los primeros rayos del sol. En ese bosque vivía Greyli, una elfa del bosque, única en su especie, que habitaba desde hacia miles de años aquel lugar ancestral. Conocía a todos los personajes que en él vivían, estaba al tanto de todos sus problemas y alegrías, y era considerada la consejera oficial del entorno. Era de alta estatura, elegante y estilizada, sus rasgos alargados imponían severidad, pero también confianza. Y tenía un gesto en el rostro que la llenaba de amabilidad, haciéndose sentir a gusto a todo aquel que hablaba con ella, o se hallaba cerca.

Esa mañana Greyli salió de su cabaña a dar un paseo, y se dirigió al pueblo de sus pequeños amigos. Mientras caminaba iba replanteándose su vida. Hacía años que estaba sola, no sola en el bosque, ni en el mundo, sola en su existencia, sola en su especie. No hallaba comprensión, ni tranquilidad en ninguno de sus amigos, todos la escuchaban, pero nadie la entendía. Era lógico, pensaba ella, nadie lleva mi alma, nadie conoce a mi pueblo, y mi raza siempre ha sido extraña y desconocida, y sobre todo muy especial.

Con dichos pensamientos llegó al pueblo de los duendes. Allí estaba Farly, y Lully, sus mejores amigos dentro del bosque. Se sentó al lado del río, y ellos se subieron a su regazo.

- Hola Greyli, vendrás esta noche a la fiesta? Ha llegado la primavera y por fin todos nuestros deseos se podrán hacer realidad.- le comentó Lully, una duende de cabellos rubios y revueltos, y de preciosos ojos verdes.
- No lo se, Lully, últimamente no se si es por la primavera, o porqué me encuentro muy desanimada, no tengo muchas ganas de nada. Ya sabéis que es lo que me pasa.

En ese momento el cielo se oscureció, todo lo que había alrededor de la elfa se diluyo, y desapareció, quedando solo ella iluminada

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